miércoles, 20 de agosto de 2008

CAPITULO II DEL LIBRO "Secuestro en la embajada.

II
ELENA


Elena Cándida nació en la ciudad de Montevideo, a la 1.40 de la madrugada, el 9 de setiembre de 1945 y fue secuestrada por la dictadura uruguaya el 26 de junio de 1976, cuando aún no había cumplido 31 años.
El hogar de trabajadores donde se crió estaba constituido por su madre, María del Carmen Lidia Almeida Buela (“Tota”) y su padre Roberto Luis Quinteros Pujadas. Profesó y practicó la religión católica hasta el comienzo de su actividad gremial. Dice su madre: “...ella tenía una buena relación con la religión y seguía todos los pasos que la vida colegial le indicaba, pero cuando terminó cuarto y salió de allí un día Roberto, mi marido, me hace notar que un domingo ella no fue a misa, cosa que hacía siempre desde hacía muchos años. Ahí vimos que ella se desligó de la religión”.

leer más



    Silvia Peyrú, unos años menor que Elena y que también se educó en el colegio de las Dominicas, recuerda a Elena como una niña muy tierna. “No estábamos en la misma clase, nuestra relación era de sentarnos juntas en el comedor del colegio. Allí, evitando la vigilancia de las monjas intercambiábamos la comida según nuestros gustos. Cuando la vigilancia de las religiosas lo permitía, yo le daba el postre y ella me daba el trozo de carne.”
    Luego de recibirse de maestra y cuando cursaba estudios de pedagogía de la educación en la Facultad de Humanidades, conoce a José Félix Díaz Berdayes, con quien se casa el 18 de junio de 1973. Él será su pareja hasta poco antes de su desaparición. De ese matrimonio no existen hijos: “Ellos ya eran pareja en el momento en que Elena es detenida en 1969, y yo ya lo sabía y me parecía bien. Yo no era de esas mamitas bobas que piensan en esas cosas de ‘pureza’ que nada tienen que ver con la vida”.
    En los años sesenta, Uruguay vivía en plena convulsión social con un gran auge de movilizaciones sindicales y estudiantiles –acompañadas de una intensa actividad política– que recibían del gobierno un nivel cada vez mayor de represión. En ese marco, Elena comienza a estudiar magisterio en 1962. A los 21 obtiene el título de maestra. Junto a ella, recién salidos de la adolescencia, surge una camada de activos militantes gremiales y políticos.
    Algunos de esos jóvenes, Elena entre ellos, se incorporarían a la Federación Anarquista Uruguaya (FAU). Desde esa opción libertaria, realiza una activa militancia en la Resistencia Obrero Estudiantil (ROE) y será una de las fundadoras, en 1975, del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP).
    Cuando Elena se integra a la FAU, esa organización política cumplía 10 años. En su conformación habían confluido militantes sindicales, barriales, así corno sectores juveniles y estudiantiles que anteriormente constituyeron las Juventudes Libertarias. A la FAU y posteriormente al PVP, Elena entregó sus mejores energías.
    Si bien en sus orígenes la FAU tuvo una clara influencia de la tradición revolucionaria anarquista de Bakunin y Malatesta, su intensa actividad en esos años sufrirá la influencia de otras corrientes de pensamiento y de algunos hechos impactantes a nivel continental, como el triunfo de la Revolución Cubana, a la que le brindará su apoyo crítico.
    La FAU funcionó durante muchos años en un local de la calle Misiones 1280, en la Ciudad Vieja. Por allí, seguramente, pasó muchas veces Elena.
    Desde su condición de estudiante y luego como maestra tuvo también una actividad sindical importante, primero en la agrupación 3 de la Asociación de Estudiantes Magisteriales de Montevideo (AEMM) y luego en el gremio de la Federación Uruguaya de Magisterio (FUM), integrante de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT).
    Sara Méndez, integrante de esa generación, aunque un año mayor que Elena, verá así ese proceso: “Cientos y miles de jóvenes provenientes en su mayoría de corrientes cristianas van a incorporarse a las filas del movimiento revolucionario, aquí y en el resto de América, convencidos de que para terminar con la injusticia social había que cambiar el mundo radicalmente. Y esa convicción de cambio se irá probando en las huelgas, en cada enfrentamiento con las fuerzas represivas, en la prisión que se comenzará a vivir, en la tortura por la que se pasa, o se queda”.
    Hugo Cores, por su parte, expresa: “Conocí a Elena también tempranamente, con esa vivacidad, con esa picardía que después tantas veces vimos reproducida en esa femineidad criolla, un poco socarrona que tenía Tota para tratar a los hombres, a los muchachos. Y que en Elena funcionaba como una expresión de tremenda vitalidad interior”.
    La escalada represiva contra el movimiento popular se inicia a mediados de la década del 60, con la aplicación de las medidas prontas de seguridad por parte del gobierno para intentar neutralizar la creciente capacidad de lucha que se generaba a partir de la unidad del sindicalismo.
    Una de las movilizaciones de los estudiantes magisteriales es recordada por Yamandú González: “Estaban allí, entre otros, Gustavo Inzaurralde, Elena Quinteros, María Esther, Charo y otros y un señor de cabellera abundante y lacia y un bigotito, que compartía animadamente las vivencias de los estudiantes. Recuerdo el rostro grave y alegre de Elena contando sus propias peripecias bajo la atenta mirada del señor de abundante cabellera, que no era otro que su padre. Era poco común ese grado de involucramiento con los avatares de una hija como el que experimentaba Quinteros, a quien vi, en esas y otras circunstancias en el bar que cobijaba a los estudiantes”.
    En abril de 1967, con 22 años, Elena junto a Sara Méndez, Lilián Celiberti, Yamandú González y Telba Juárez, entre otros, participan en la reanudación de las Misiones Sociopedagógicas en el interior rural de Uruguay.
    Celiberti y González recuerdan esa experiencia, que marcó en muchos aspectos a sus protagonistas. “Conocer una realidad de pueblos de ratas, a los niños y sus padres que allí vivían, las dificultades de un maestro para mantener una escuela en un lugar donde se carecía de materiales imprescindibles -nosotros fuimos a Durazno-, significó un shock para quienes recién comenzábamos. Al impacto emocional siguió la reflexión de que para que cambiara había que hacer algo. En mi familia todos eran blancos y el mundo de la izquierda no existía. En ese primer grupo la única militante gremial era Elena. El resto teníamos 'sensibilidades’. Pero la experiencia nos cambió la vida y a fin de año comenzamos a comprometernos gremialmente. Ella tenía 19 años, y yo con mis 16 pensaba que no me daba bolilla. En aquella primera actividad en grupo un día tuvimos que cocinar para los más de cuarenta compañeros y para los maestros que orientaban la experiencia. El menú era polenta, y como no teníamos idea de nada hicimos tanta cantidad que todo se convirtió en un superabundante y compartido fracaso culinario. A raíz de ese hecho perdí parte de mi timidez y logré relacionarme con Elena de igual a igual.”
    “Nadie como el maestro sabe de los problemas de la desnutrición y el hambre de los niños, nadie como él sabe de plagas y enfermedades que se extienden en la población escolar, nadie como él conoce los problemas afectivos y la desestructuración de los núcleos familiares. Por eso los estudiantes magisteriales estuvieron en la primera línea de combate. Eso se daba cuando se juntaban a la realidad esa, que ahí se vivía, una sensibilidad política. La misión en Capilla de Farruco en Durazno, en 1967, fue la primera de una serie de experiencias realizadas por el estudiantado, conjuntamente con los estudiantes del Instituto Normal de Durazno. Y así en los meses de preparación en que íbamos a la escuela de Cuchilla de Machín en las cercanías del Sauce, estuvo Elena compartiendo músicas y bailes y su famoso fainá de queso confeccionados por la Tota. Los intentos de aprender a andar a caballo, las tareas diarias que nos acercaban en cierto modo a los objetivos de la misión, las visitas para conseguir artistas que participaran en los festivales que organizábamos, las trabajosas gestiones para los diversos asuntos que hacíamos en Montevideo, en fin, tenían a Elena como una de sus protagonistas. Fueron años en que su presencia y compromiso alimentó al colectivo de los estudiantes de Magisterio. Elena no era brillante, pero siempre estaba.”
    El hogar de las Quinteros en la calle Municipio era un lugar de encuentro y donde comúnmente funcionaba la agrupación de Magisterio integrada entre otros por militantes de origen cristiano y anarquistas como Gustavo Inzaurralde. Recuerda Luis Presno: “Elena era profundamente cristiana. El anarquismo fue siempre muy poroso con relación al cristianismo. Si hablabas de Dios o de religión, no te decían que eras reaccionario. Elena tenía, al igual que el anarquismo de la FAU, un sentido ‘misionero’. No mesiánico. Misionero en el sentido de exigir sacrificio, austeridad. La tarea política era ‘evangelizadora’, de ‘conquistar almas”.

    Relata Celiberti que la casa de Elena pasó a convertirse en un verdadero refugio para ellos. “No teníamos con nuestros padres el espacio que necesitábamos. Ni yo ni Sara Méndez, por ejemplo, podíamos realizar en nuestras casas ese tipo de reuniones de búsqueda política y gremial en las que nos pasábamos el tiempo tirados en el piso, conversando, debatiendo, pensando. Eran reuniones afectivas, de jóvenes que junto a la discusión gremial y política intentaban generar una nueva cultura. La búsqueda de alternativas iba desde la poesía a la literatura, al cine –aquí con una preocupación especial por parte de Gustavo, que orientaba en parte esas actividades–, a la lectura de libros políticos, a visualizar la creación de un hombre nuevo. La casa de la calle Municipio fue indispensable para que el grupo funcionar”.
    Tota pasó a ocupar un papel importante para esos jóvenes. ¿Cuál era el encanto de la casa de la calle Municipio? Celiberti responde: “Yo no podía decirle a mamá que era un espacio donde me sentía libre de todos los condicionamientos familiares. Con mis 17 años, había cosas que no me animaba a hablar con mi madre, pero sí podía conversar con Tota. Además, en esa casa se producía, en grupo, un crecimiento personal”.
    Ya como maestra, Elena comenzó a trabajar en una escuela de un barrio periférico de la ciudad de Pando, en el departamento de Canelones. Debía levantarse a las seis de la mañana para recorrer los 20 quilómetros que la separaban de la escuela, pero las reuniones de la agrupación continuaron en su casa hasta altas horas de la noche. Por esa época la actividad política y gremial le insumía muchas horas, a las que se agregaban los cursos en Humanidades.
    Cuenta Sara Méndez que el cansancio y el sueño de Elena por las mañanas hacían que se escuchara la voz potente de su madre: “¡Por favor, Elena, despertate!. ¡Te vas a quedar sin trabajo, de qué vamos a vivir, Elena!”. El hogar se sostenía económicamente con el sueldo de Elena como maestra y el aporte de una pequeña pensión por el fallecimiento del esposo de Tota, más los ingresos que ésta percibía por corregir deberes del colegio de las Dominicas. En la casa no sobraba el dinero, más bien escaseaba. Pero lo que había se compartía, recuerda Méndez: “Nosotros éramos jóvenes y si llegábamos sobre todo de una pegatina o de una pintada, veníamos siempre muertos de hambre. Tota nos preparaba guisos o sopas y comíamos todo lo que encontrábamos. A veces algunos traíamos de nuestra casa un paquete de azúcar o de arroz, pero en realidad, como buenos estudiantes, nunca teníamos un peso, aunque en casa no nos faltara la comida. El problema era que nadie, sobre todo las mujeres, podía volver a su hogar de madrugada. Nuestros padres ni siquiera soñaban que salíamos de pegatina y pensaban que nos reuníamos solamente para estudiar”.
    El 68 uruguayo se manifestó también con un incremento de las luchas obreras y estudiantiles, en las que Elena y sus compañeros se multiplicaban para expresar en los muros de Montevideo, en los actos, en las movilizaciones relámpago, en las pegatinas reclamando la libertad de los presos, que por esos días poblaban los lugares de detención.
    El gobierno de Pacheco trajo un significativo incremento en los niveles de represión. Se producen asesinatos de estudiantes y trabajadores, los primeros secuestros con la entrada en acción del Escuadrón de la Muerte, hay cientos de detenidos por medidas prontas de seguridad, atentados contra locales políticos, asesinatos y torturas. Las luchas gremiales de los estudiantes de Magisterio, en la que Elena era un elemento muy activo y dinamizador, no se limitaban al derecho a ingresar al Instituto Normal con pantalones, incorporaban el cuestionamiento de algo que hasta ese momento era considerado una razón de ser de quienes seguían esa carrera: el ser maestra “como apostolado”. Comenzaban a cuestionar todo un orden social, y con ello pautas de comportamiento de todo tipo. En ese marco la militancia estudiantil, social, política, que desarrollaba Elena era un proyecto de vida, de compromiso.
    Sara Méndez evoca ese período en que: “Creíamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, nuestra vida se identificaba con la revolución. El objetivo era lograr el cambio social lo más rápido posible y el resto se subordinaba a eso, aun si nos gustaba aquello para lo que nos estábamos formando. Elena sentía la vocación de maestra, pero la revolución primaba”.
    Elena se constituyó en punto de referencia para todas sus compañeras, según recuerda Celiberti: “Porque además demostraba un gran tesón y esa voluntad de estar en todo. Fumaba mucho y dormía poco. Era muy alegre y testaruda y no le resultaba un problema que su casa fuera siempre ese caos absoluto en donde llegabas y no sabías con quién te ibas a encontrar. Si había pegatina estaba repleta de gente, de baldes para el engrudo, de murales y brochas por todos lados. Ella lo vivía como parte de su vida. Y veía que para su madre ella era todo. No debía ser sencillo para Elena, hija única, asumir la responsabilidad de tener una madre que vivía pendiente de ella”.
    El 16 de noviembre de 1967 Elena fue detenida por primera vez, junto a Gustavo Inzaurralde, Yamandú González y Lilián Celiberti, y es liberada al otro día. Méndez recuerda así esa primera experiencia ante la represión: “Elena, una vez que fue citada al ser detenido Gustavo, se bañó, se vistió despacio, se pintó con cuidado frente al espejo. Yo la miraba inquieta y le pregunté cómo no estaba nerviosa. Ella me respondió que lo estaba y mucho, pero que debía aparentar tranquilidad. Era de personalidad fuerte y brindaba confianza a los demás. Ese período fue de mucho desgaste para Elena por la militancia, y para Tota, porque aumentaba su nerviosismo”.
    La incorporación de Elena a la actividad política en la FAU motivó su paulatino alejamiento de las actividades gremiales.
    El 16 de julio de 1969 hacía frío, un comando de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (OPR 33) ingresó en el Museo de la Casa de Juan Antonio Lavalleja, de donde se llevó la bandera de los Treinta y Tres.
    El 8 de octubre de 1968, cuando el MLN toma la ciudad de Pando, Elena es sacada encapuchada de la escuela cercana donde trabajaba.
    El 22 de octubre de 1969, con 24 años, Elena es nuevamente detenida en un allanamiento efectuado en la finca de Calderón de la Barca 1953, donde vivían Carlos Hebert Mejías Collazo y su compañera América García Rodríguez. Esta vez es procesada, así como su compañero José Félix Díaz, Mejías Collazo, Jaime Machado Ledesma y América García Rodríguez: “Es detenida en relación a un laboratorio que se había montado allá por Colón a cargo de dos compañeros, Mejías Collazo y América García. Lo que ocurrió fue que habían allanado la casa y aquella pareja, junto a José Díaz Berdayes, fue detenida. Montaron una “ratonera” y Elena es apresada cuando llega. Allí la procesan y la llevan a la cárcel de Cabildo”.
    Estando Elena en la cárcel, el 8 de marzo de 1970 se produce la fuga de 13 de las mujeres recluidas en dicho establecimiento. Elena y América García no se fugan, en razón de que para ambas era inminente su liberación. De inmediato fueron trasladas a Cárcel Central.
    Su permanencia allí se extiende algo más de lo esperado. En tanto, algunas de las mujeres fugadas de Cabildo son recapturadas y recluidas también en Cárcel Central. Es allí donde la conoce Sonia Mosquera, integrante del MLN detenida en esos días. “Establecimos una relación muy interesante, porque a Elena le encantaban los chiquilines y Adolfito, mi hijo, iba todo el día, una vez por semana, y se quedaba conmigo todo el día, conmigo y con todas, porque era un lugar muy chiquito. Adolfito en esa etapa hizo como un retroceso. Él ya estaba para caminar, pero hizo un retroceso y dejó de caminar. Entonces, me acuerdo que con Elena tratábamos de hacerlo caminar. Ella se ponía de un lado y yo del otro, a esa hora del recreo en la azotea. Él empezó a caminar ahí, con nosotras, en ese lugar, la cárcel. Elena tenía un ‘filin’ muy grande con el nene, con Adolfito. Y él también, porque claro, éramos muchas mujeres, tampoco era cuestión de que estuviera con todas.”
    A mediados del año 70 Elena participa con las demás presas de Cárcel Central en una huelga de hambre. Sigue Mosquera: “Después nos trasladaron de ahí a Cabildo, en junio o julio del 70 -no me acuerdo exactamente-, porque hicimos una huelga de hambre, por las condiciones. Cada vez éramos más y el lugar era muy chico. A raíz de eso nos trasladaron a Cabildo nuevamente. Teníamos habitaciones colectivas, eran dos. Una era muy grande, con muchas cuchetas. Y había otra, que le llamábamos el cuarto chico, donde había menos. Yo estaba al lado de la cama de Elena”.
    En Cabildo Elena recibía las visitas infaltables de Tota y de Robertito, un chico que ella y su madre criaban. “Elena tenía visita con Robertito, que nunca se quedaba todo el día. Algunas veces entraba el día de visita de niños y de repente se quedaba dos o tres horas, porque era fatal. Me parece que Elena decía, bueno unas horas, no más y allí lo iba a buscar la Tota. Yo ahí conocí a la Tota, en ese momento”, cuenta Mosquera, y agrega: “Yo me acuerdo que Elena estudiaba, hacía manualidades, jugaba al vóleibol. Era una gurisa que tenía buena relación con todo el mundo, muy tierna, muy simpática, como muy ‘maestra’, también. Cuando esas visitas en que venían todos los gurises –venían el mismo día– usábamos el patio grande y allí ella organizaba juegos para los chiquilines”.
    Durante el tiempo en que estuvo presa (casi un año) fue un referente de su grupo político, especialmente para las militantes presas de otras organizaciones. Testimonia Mosquera: “La que siempre iba a hablar con ellas en función de decisiones que se daban por grupo político, era yo. Y hablaba fundamentalmente con Elena. Era con la que más me entendía. Se dio una relación muy linda, que me hubiera gustado continuarla, o verla después. Después no la vi más”.
    El 16 de octubre de 1970 Elena fue liberada. “Yo viví la libertad de ella. Me acuerdo cuando la firmó, cuando la llevaron al juzgado. Ella la estaba esperando desde hacía tiempo. Pensábamos, ella también, como que la fuga había retrasado muchas de las libertades que estaban para firmarse. Como que en los juzgados habían metido los expedientes en los cajones. Pero de alguna manera, todavía funcionaba la justicia civil y tuvieron que empezar a dar esas libertades que estaban pendientes. Elena fue la primera compañera que salió en libertad, después del traslado a Cabildo. Fue la primera libertad que yo vi, estando presa. Por eso me quedó tan marcada. Ahí estaba la Tota esperándola. Cuando alguien se iba en libertad, le venían a avisar, así que ya sabíamos desde antes el día que se iban. Ella sabía que se iba ese día y que se iba de tarde, además. La policía femenina que era la que nos cuidaba, estaba siempre como comunicándote: ‘Ya está tu familia’, ‘En poco tiempo, aprontate”. Nos despedíamos, cantábamos, les cantábamos. A Elena le cantamos una canción, que le cantábamos generalmente a las compañeras anarquistas. Era una viaja canción del anarquismo español... Me acuerdo de la cara de ella cuando salió. Nosotros nos quedábamos en el patio. Ese patio estaba cercado por una reja. No era una reja desde abajo, sino que era un muro no muy alto y desde allí salía la reja para arriba. Ella atravesaba esa reja y después había una puertita, y una vez que atravesaba esa puertita no las veías más. Yo me acuerdo que Elena iba hacia la puerta y volvía hasta la reja, iba hasta la puerta y volvía...”.
    Recobrada la libertad, Elena nuevamente va a vivir con Tota. Luego de pasar por una casa de la calle Carreras Nacionales, en enero de 1971 Tota, Robertito y Elena se mudan a la calle Escalada 4101 en el Prado, cerca de Magisterio, donde había quedado una casa libre que ocupaba el “Santa” Romero y su compañera Nelly Roverano. Allí vivirán los tres hasta que en 1973 Elena se casa y pasa a vivir con sus suegros.
    Por esa casa pasó mucha gente. Rubén Prieto recuerda: “Estuvo Luis Presno un tiempo ahí, después de un accidente grave que tuvo en la ONDA, con una pierna partida en ocho o diez pedazos, y la Tota lo cuidaba. Y los rezongos de Elena con la Tota, porque a la Tota no había quien le hiciera aplicar criterios de seguridad. Ya Elena había estado presa, ya se cuidaba más, aunque siempre fue cuidadosa y discreta y prolija para su actividad. Elena era una hormiga, una hormiga discreta, una hormiga conspirativa, una hormiga que cualquier tarea se le podía confiar que se sabía que la iba a llevar adelante”.
    Elena vuelve a desempeñar sus tareas como maestra en la misma escuela en la que anteriormente había trabajado, donde es recibida con júbilo por niños y vecinos de la zona.
    La relación de Elena con Sara a partir de 1971 dejó de ser tan asidua: “Ya en la década del 70 nos vemos poco, se queda en mi casa en algunas oportunidades y pasamos juntas unas vacaciones en La Paloma en el 71, que interrumpe los fines de semana para ver a su compañero que estaba retenido en Punta Rieles”.
    Ese año es nuevamente detenida: “...cuando vinieron los cañeros de UTAA en abril de 1971, año electoral, para participar del Primero de Mayo, y acamparon allá en Cerro Norte, Elena salió a recibirlos junto a muchos compañeros. Detuvieron el camión donde iban y allá marcharon detenidos” .
    El 26 de noviembre de 1972 es nuevamente detenida en averiguaciones por la seccional 12 de Policía.
    En esos años, la militancia gremial llevó asiduamente a Elena al sindicato de FUNSA donde, entre otras cosas, se hacían las reuniones de familiares de presos políticos y se preparaban los paquetes que después se llevaban a las cárceles.
    La FAU había sido ilegalizada en diciembre de 1967 y recién a comienzos del año 1971 es nuevamente legalizada. El período previo a las elecciones del 71 es de intensa actividad para la ROE: conflictos en la enseñanza, la salud, en la empresa Ghiringelli, en Tem, en ferroviarios y otros consumen los esfuerzos de los militantes sindicales y de las agrupaciones estudiantiles. La creación del Frente Amplio y el tiempo de elecciones conmueven la estructura del movimiento popular. La legalidad motiva la suspensión de algunas formas de comunicación y de difusión de ideas de la FAU, que constituyeron durante esos años el centro de una actividad de desarrollo de la organización política.
    El golpe de Estado del 27 de junio de 1973 sumerge a Elena en la organización de la resistencia que se manifiesta en la huelga general. Posteriormente trabaja en la reorganización clandestina del activo militante que permanece aún en el país. Luego participará en un largo proceso de conformación de una nueva organización política, lo que la obliga a desplazarse asiduamente entre Uruguay y Argentina.
    El 5 de mayo de 1975, en el marco de un nuevo embate represivo contra su organización, Elena y José Félix Díaz son requeridos por la dictadura y se trasladan a Buenos Aires: “Los van a buscar a los dos pero ellos ya estaban protegidos en otras casas y allí yo no sé bien en qué momento viajan a Buenos Aires con otra identidad”.
    Elena parte a Buenos Aires con documentación falsa en un vuelo de PLUNA. Antes de partir pasa unas horas en la casa de Teresa y desde allí se va sola al aeropuerto de Carrasco.
    El 24 de junio de 1975 es destituida de su cargo como maestra.
    Una vez en Buenos Aires, se suma a Elba Rama y Blanca Clemente –otras dos integrantes del PVP que debieron exiliarse en Argentina– que vivían en una pensión, en el barrio de San Telmo. Allí vive hasta setiembre de 1975.
    En los primeros meses del 76 regresa en forma clandestina a Montevideo. Su compañero, que también lo hace, compra bajo otra identidad un apartamento en la calle Massini 3044, donde Elena vive hasta su detención: “...pero te puedo decir que en los primeros meses del 76 ya estaba acá. En realidad hubo un primer repliegue de muchos a la Argentina pero Elena volvió enseguida para acá”.
    El 2 de abril de ese año, después de varios encuentros con Elena, Tota viaja a Argentina: “Mi salida fue más que nada a pedido de Elena. A principios del 76 tuvo lugar ese encuentro que te refería y me dice que cruce al vecino país”. ¿Dónde se encontraban acá en Montevideo? “Y, en muchos lugares. En boliches. Me acuerdo, sobre todo, de la confitería Bonilla y también me acuerdo de El Buzón, porque fue el último almuerzo que hice con ella... fue la última vez que vi a Elena.”
    A mediados de mayo de 1976, en un café de la calle Rivera, Elena y Teresa escuchan la información sobre el asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires.
    Hasta su secuestro, Elena, además de sus tareas militantes, hacía visitas periódicas a lo de Teresa, mantenía su pasión por el cine y por las rosas color té.
    Unos días antes de su secuestro, una tarde lluviosa y fría, Elena va al cine a ver “Tarde de perros”. Al salir llama a su amiga y le comenta que con gusto iría para allí a tomar mate y comer tortas fritas.

No hay comentarios: